Postales de Nicaragua

Por María Xavier Gutiérrez / 4 de Julio, 2018

Vino el vendaval a mi país, justo después del incendio… y lo que empezó como una protesta de universitarios contra el aumento en las tazas del seguro social, se convirtió en pocas horas en una rebelión nacional.

Relatos

«Recuerdo que el 19 de Julio de 1979, yo de 8 años corría por la calle de mi casa mientras todos los vecinos conversaban en la acera sobre el triunfo de la revolución popular sandinista, al mismo tiempo que la plaza de la catedral terremoteada se repletaba de los miles de guerrilleros héroes de esa gesta gloriosa.

Recuerdo la mañana del 26 de Febrero de 1990, yo de 18 años, doña Nubia golpeando la puerta de nuestra habitación gritando que habíamos ganado las elecciones, -en las que Daniel Ortega y el Frente Sandinista de Liberación Nacional entregaban el poder-, después de una década que había desangrado al país dejando un saldo de más de 50 mil, 60 mil o 70 mil muertos. Mi país ya estaba harto del bloqueo económico, del servicio militar obligatorio y de la guerra.

Recuerdo el 5 de Noviembre del 2006, yo de 35 años, resistiéndome a aceptar que Daniel Ortega sería otra vez el presidente del país a pesar de haber ganado con solo el 36% de los votos.

Y recuerdo el miércoles 18 de Abril del 2018, el día que empezó la insurrección que quiere botar a Ortega, yo ya tengo 46 años. Mientras ese día yo esperaba en el semáforo de la Plaza Alexis Arguello se me acercó un muchacho limpia-vidrios como de 25 años, le dije que no pero él me hizo muecas con la mano pidiéndome algo de comer, era de mañana y le di un paquete de galletas de soda que andaba, me dio las gracias y se retiró, en segundos lo rodearon otros 4 muchachos y él empezó a repartir los trozos de galletas. Observé esa escena que estaba llena de identidad de grupo, de solidaridad y de hambre, como un preámbulo a lo que en horas sucedería en mi país, sin embargo, este era un día normal, fui a la Universidad UCA a buscar información para una maestría y en la noche me fui al teatro con la familia, pero cuando bajábamos por Camino de Oriente vi a los antimotines acorralando a los muchachos manifestantes y nosotros desde el vehículo sonamos nuestras bocinas y bajamos las ventanas para expresarles apoyo.»

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Manifestantes con pasamontañas sostienen en sus manos los lanza-morteros y los escudos hechos con barriles

Nunca supe cuándo amaba a mi país hasta que lo vi triturado

«Nos congregamos de forma espontánea frente a Café Las Flores en el Km 4 de Carretera a Masaya el viernes 20 de Abril, era aproximadamente las 3 de la tarde, llegamos a reunirnos de forma auto-convocada unas 3 mil personas. El ambiente era de respeto y de solidaridad, recitábamos consignas, deteníamos el tráfico por minutos y luego los dejábamos circular. Los vehículos sonaban sus bocinas en acto de solidaridad. El grupo empezó a caminar rumbo a la Universidad de Ingeniería UNI, ese día este recinto estaba tomado por los estudiantes, ya habían sido atacados y la policía ya había matado a los primeros 3 estudiantes. Caminamos sin problema hasta que llegamos a la Plaza de Alexis Arguello. En ese punto nos encontramos a un grupo como de 200 personas que laboran para el gobierno, estaban tendidos a lo largo de la acera, solamente nos veían pasar. Del otro lado de la calle estaban algunos policía observando.

Cuando cruzábamos la intersección salieron al menos dos camionetas con antimotines en las tinas, armados. Avanzaron hasta la parte delantera de la marcha y desde ahí empezaron a disparar bombas aturdidoras. El grupo se dispersó buscando protección en el hotel Hilton y entrando en el Reparto Colonial Los Robles. Yo preferí buscar refugio en el reparto y cuando corría vi como el grupo pro-gobierno subía a los buses que los trasladaban. Aunque no se reportó ningún muerto ni herido en esta marcha, cuando corrí logré escuchar el sonido de disparos que parecían de balas. Esta fue la primer marcha efectuada en Managua después de 8 años de represión.”

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Estatua de Alexis Arguello

La celebración colectiva

«El 26 de mayo supimos que iban a bajar el chayopalo frente al restaurante Fridays, no había visto caer ninguno en vivo, veníamos de la manifestación por Metrocentro, entonces nos apuramos y llegamos, me acerqué lo más que pude, una cuadrilla de al menos cientos de muchachos usando sus pasamontañas amarraban las cuerdas y calculaban la dirección exacta donde debía caer, ajustaban las cuerdas, estas se soltaban, las volvían a ajustar y lo jalaban, el preparativo tomaba tiempo y mi adrenalina se elevaba, miles de persona esperábamos atentos la caída sabiendo que había peligro de ser atacados por las hordas salvajes del gobierno.

Empezaron a jalar la colosal estructura de metal color amarillo, ya apagada, que cayó en segundos, mi amiga y yo salimos desaforadas a subirnos encima del cadáver, un desconocido me dio la mano y sin soltarlo saltamos juntos sobre las bujías por un rato que se me hizo eterno, me tambaleaba, los gritos de celebración, los pitos agudos, el hombre que desmantelaba los cables eléctricos, de repente me vi desenroscando las luces con las miles de personas al lado entre empujones y cantos del himno nacional, y yo me reía y cantaba y lloraba. Acababa de participar en un acto colectivo de vandalismo y destrucción pero yo estaba solemnemente feliz.»

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El cirujano

 “Mientras atendía a un estudiante de la UNAN, le pregunte “quieres que llame a tus padres para avisarle que estás bien?” Me respondió: a mi papá lo mataron el 21. Era 23, Día del padre!» (23 de Junio)

El ciudadano de Masaya

“Que ningún arma forjada por la mano del hombre te haga daño y que la fuerza del todo poderoso acompañe al pueblo en la lucha para derrotar al tirano”, rezaba una mujer menuda de unos 60 años mientras ponía su mano en la cabeza de aquellos quienes se acercaron a recibir la bendición que llegó a ofrecer a una de las barricadas que se extienden a lo largo y ancho de Masaya. “Yo no he estado con ustedes en las barricadas, pero sepan que he luchado desde mi trinchera, que es la fe, haciendo mi lucha para que las cosas cambien”.

Una vez terminada la fila que se había formado para recibir su gracia, la mujer se hincó frente a la barricada levantada con adoquines que cortaba una de las calles aledañas al parque central de Masaya y, tocándola suavemente, también la bendijo. Con una calma solemne se incorporó y lentamente se echó a andar repartiendo bendiciones a quien se cruzaba en su camino. El pequeño gesto había creado un ambiente sereno que velozmente fue interrumpido por el sonido de disparos provenientes de algún lugar no muy lejano ¡ra-ta-ta-ta-tá!, ¡ra-ta-ta-tá!” (Por Rafael Camacho | 24 junio, 2018)

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Mujer bendiciendo la barricada

El periodista internacional

«Estuvimos haciendo cobertura en el cementerio. Acompañamos al primer asesinado ayer, y empezaron a llegar los cuerpos de otros muertos. Tuvieron que bajar los ataúdes en unas tumbas aledañas mientras que cavaban las fosas porque los trabajadores del cementerio no se daban a basto. Llegaban tan rápido los cuerpos que no había tiempo para cavar fosas. En mitad de uno de los entierros sonó la alarma de que llegaban policías y por seguridad nos retiramos.»

(Fines de Junio. Llegaron en total 4 cuerpos al cementerio de San Carlos en Masaya. Hasta la fecha de esta publicación van 309 muertos)

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Réquiem a Masaya una ciudad muerta. Reflexión de una ciudadana

«En mi Masaya solo quedamos sobreviventes, todos los días nos levantamos ante el horror, el espanto, el caos y la muerte. Regresamos vivos de una gran catástrofe, rememorando hoy el de dónde fue tan fúnebre, a lo mejor como un ejercicio del cotidiano para no perder el rumbo, para no perder la razón entre la sin razón cotidiana.

La risa de los niños escasea en los parques, la ciudad otrora festiva y bullanguera, la ciudad de la festividad patronal más larga de Nicaragua, hoy silenciosa, cabizbaja y siguiendo el cortejo mortuorio.

Los féretros pasando sobre las barricadas, y la sangre reciente que aún huele, y las balas que caen como del cielo, y los morteros que suenan como cañones, estamos en una fiesta de ofrenda sacrificial a la que no hemos sido invitados.

La vida antes acelerada y activa, hoy se reduce a la compra de alimentos para la subsistencia, y en muchos hogares el hambre muerde. Un reloj nos alerta sobre la hora cero, la hora de la inseguridad, el miedo, la zozobra, cae la tarde y las casas como los claustros no son nada seguras pero estamos con nuestros seres queridos.

Sigo mi vida, mastico mi rabia, hay una irá incontenible queriendo salir como la lava de un volcán, y callar se ha vuelto obligatorio por seguridad o quizás por temor.

Se respira un aire contenido bajo la ciudad sitiada a la que sólo asoman la cabeza los escuadrones de la muerte. Nos queremos vivas y vivos para la libertad.» (Fines de Junio)

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Barricadas o tranques en Monimbó, Masaya, donde en pocas cuadras existen al menos 200

Desde Los Tranques

En conversación con la gente de los tranques me he dado cuenta que estos son desgastantes,  estresantes, tensos, agotadores, porque quienes están ahí pasan en vela muchas horas, durante muchas noches, y la muerte les ronda a cada momento.
Quienes están en los tranque bajo el frío nocturno, la lluvia y a veces las gotas no son de agua, sino de balas, disparadas por matones desde motos o Hilux o francotiradores apostados en determinadas alturas, que cobran vida, sobre todo de jóvenes. Y cuando los  matan, los hieren, los llevan presos, los torturan y a veces los desaparecen,  la gente que esta ahí, que sobrevive, solo pide, -cuando se sienten sobre pasados, alcanzados por la monstruosas caras de terror -, un gesto de solidaridad.  (Melvin Sotelo)

Sospecha de Suicidio

(Poema)

Empuñando la hulera
hasta el último hálito
tu cuerpo arrastrado por fusil con mano, quizás gritaba sordo
Me duele respirar
La llama crece en el ventrículo y baja al femoral sangrante.
El gatillo infame con sus fauces sedientas, cierra los párpados de quien suplica, no me mates, no ando nada.
El estallido de la carne del infante pecho, dejó una marca indeleble en los pechos de la madre
anclada al portón del averno estará en viigilia perpetua
y en el abismo el cancervero arranca las uñas y pelo,
mas, no el alma de quienes gritan en silencio
los mil que lo acribilllaron no tendrán jamás el júbilo
ni la gloria del pueblo porque ellos transpiran fuego con olor a infancia calcinada.
La desgarrada garganta pide ayuda y el caupolicán tendido empuña la tiradora
quizás su cuerpo sordo gritaba: Si vas a disparar, dispará!
Las sotanas blancas deambulan entre ráfagas y las calles sedientas esperan al surtidor de agua y al monagillo que toque la campaniñña de la comunión.
Cuántos gritos esconden las paredes de San Jerónimo, Laborío, Monimbó, Subtiava, Tipitapa.
Atabales que rugen con las llemas marcando los Avemarías
Pupulas apagando con llanto cenicas de la morada que fabricaba descanso y oración.
En las barricadas un megáfono nocturno saluda al Esbirro que hurtó el ángel de varios mirmidones
sus voces rugientes estallan como morteros en nuestros brazos, nos bañarán de paz y tendrán siempre el júbilo y la gloria del su pueblo. (Madeline Mendieta
23 de junio 2018)

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Madres y familiares del movimiento MADRES DE ABRIL

(Fotografías e ilustraciones que circulan en redes sociales)

 

 

2 comentarios sobre “Postales de Nicaragua

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  1. Querida Mari, acá presente siguiendo siempre tus escritos. Me dieron ganas de llorar. Sentí que vivía insitu cada momento que relatás . Qué dolor!!

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